Redactor: Juan Pablo Montero

El valenciano Carlos Marzal, además de ser poeta, se ha revelado como un novelista fuera de lo común con Los reinos de la casualidad (2003) y ahora vuelve con una oda al fútbol, una carta de amor dedicada a su hijo y al deporte de su vida. Nunca fuimos más felices (2021) es un viaje por el recuerdo, la pasión y el respeto a la práctica del deporte rey.

 

¿Este libro es una carta de amor a tu hijo y por ende al fútbol?

Así es, es una carta de amor a mi hijo, a la literatura, al fútbol, a la amistad y en general, a todo aquello que hace más profunda la existencia.

Centrándome en el fútbol diría que es una declaración de amor a un deporte que me ha dado muchas cosas. En primer lugar, la práctica, pero luego destacar que el fútbol es una escuela de vida, necesita reivindicar su ética, nos enseña solidaridad, trabajo en equipo, disciplina y la necesidad del esfuerzo; nos muestra qué es la victoria, pero también la puesta en tela de juicio de esta y la relativización de ganar.

 

Es curioso porque a tu padre no le gustaba el fútbol y tu eres un apasionado de este deporte

Nunca conseguí que mi padre viese un partido de fútbol, lo aborrecía. Compartimos muchas complicidades como la literatura o los toros, pero jamás vino a verme a un partido de fútbol.

En cambio, yo soy un apasionado del fútbol y de mis hijos, y en particular de mi hijo que lo practica. Lo digo en el libro, estoy enamorado también de mi hija, pero tiene un gran defecto y es que no le gusta el fútbol (risas).

Este deporte me ha dado tiempo con mi hijo, hemos compartido confidencias, conversaciones y horas de viaje. Esto no lo hacen todos los padres porque no tienen esa afición compartida.

Este libro es una forma de pagar a ese mundo del fútbol que como dices da para mucho, no creo que haya grandes y pequeños asuntos en la vida, lo que sí existe es una forma de observarlos. El talento de los artistas es el que convierte algo en importante. A mi, en principio, los percances y las aventuras de un hidalgo de mediana edad que se volvió loco por la lectura de libros de caballerías, no es un argumento que de primeras me parezca maravilloso, luego resulta que es El Quijote.

 

No importa el qué, lo que importa es el cómo

Por supuesto, es la mirada del artista la que convierte el asunto en importante. El arte es colocar un cristal de aumento sobre una realidad, no hay tema menor.

 

¿Qué es lo que menos te gusta del fútbol?

No me gusta la violencia ocasional, y recalco lo de ocasional. Al día se juegan miles y miles partidos de fútbol y en contadas ocasiones vemos episodios de verdadera violencia.

Tampoco me gusta el clima que se genera en ocasiones alrededor, ese desahogo catártico que significa para muchos espectadores. No me parece bien la idea de ir al campo a gritar o a insultar. Yo jamás lo he hecho. Me parece espantoso por ser una falta de educación, pero también por demostrar que el que insulta  o grita desconoce el universo de este deporte. Detrás de ese futbolista hay miles y miles de horas de trabajo.

Por último, no me gusta la mercantilización exacerbada que hace que se pueda comprar un equipo de fútbol y que atraigan a un rosario de estrellas que no forman un equipo. Me gusta más la idea de fondo de cantera.

 

¿Odio eterno al fútbol moderno?

Bueno, sin la modernización y profesionalización de los grandes equipos en las grandes ligas -y esto suena paradójico- no conoceríamos el grado de excelencia que tiene el fútbol moderno.

 

¿Qué importancia tiene Antonio Cabrera en esta obra?

Fue y es un gran amigo, aunque ha fallecido, me hago un poco el loco, muchos de mis amigos que han muerto no lo han hecho aunque lo digan los periódicos. Antonio fue un gran poeta, uno de los más importantes de mi generación. Aunque tenga una obra corta sus libros de poemas son de los mejores que se ha escrito del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Además fue un magnífico articulista, pensador y, sobre todo, un gran amigo. Le dedico la última parte del libro, la que llamo prórroga, y cuento un accidente terrible que sufrió en mi casa mientras peloteaba con mi hijo en el patio de una casa de campo que tengo cerca de Valencia, en un pueblo que se llama Serra.

Después de pasar un día maravilloso, paseando por el campo y comiendo una paella entre amigos, Antonio salió a jugar con mi hijo y tropezó dándose un golpe en la cabeza con la pared, eso le produjo un latigazo cervical que desembocó en una tetraplejia. A partir de ahí todo fueron calamidades para Antonio que ya no regresó nunca a su casa. Al cabo de un tiempo falleció por una infección provocada por este problema.

En el libro hablo de la lección de vida que nos dio Antonio, jamás maldijo su suerte ni se quejó de lo sucedido. Desde el primer instante se propuso cambiar el punto de vista sobre las cosas, si él no podía acercarse a las cosas tendría que ser el mundo el que se acercase a él a través de los demás y de su mente. Nos enseñó la idea del coraje y del valor. Precisamente esto tiene que ver mucho con el fútbol y la vida.

El relato de Antonio es el contrapunto de un libro en el que hablo de la felicidad, si amamos la vida lo hacemos a pesar de todo lo negativo y lo trágico que conocemos. Estamos enamorados de la vida, pero sabemos que desemboca tristemente en la muerte.

 

El libro está dividido en calentamiento, 1ª parte, 2ª parte y prórroga. ¿Habrá penaltis?

De momento no tengo pensado hacer ninguna continuación, pero tengo otros proyectos en marcha, una novela y un poemario.

 

No sé si está hilado, el poemario se llamará Euforia

Así es, es la euforia del observador del mundo agradecido, me considero un huésped muy agradecido del mundo que le rodea.