Álvaro Rodríguez de Sanabria

Coordinador The Climate Reality Project en España

Como cada año el encendido masivo de las luces en las calles anuncia que ya se acerca la Navidad. Bueno, en realidad que queda más que un mes para la Navidad. Pero tal vez con ese derroche de luz tan adelantado estemos de algún modo anunciando en qué se ha convertido en gran medida esta fiesta. Unas fiestas de derroche, compras compulsivas inauguradas con el Black Friday, atascos en las carreteras y, como además no llueva, picos de contaminación.

Pero tal vez fuesen posibles otras fiestas diferentes, unas fiestas de la eficiencia en la que las luces se encendieran los días festivos y en la que las ciudades no compitieran por ser el faro del mundo.

Unas fiestas en las que los regalos se hicieran a mano, reciclando, reparando, pintando, creando objetos únicos llenos de sentimiento que transmitiesen todo el amor que una fiesta como la Navidad debe conllevar.

Unas fiestas en las que estar con los seres queridos escuchándolos, acompañándolos, abrazándoles y disfrutando del mero hecho de que estén ahí fuera lo verdaderamente importante. Y no una retahíla infinita de memes, fotos de postureo y muecas falsas.

Unas fiestas de paseos y desplazamientos que no impliquen contaminación. Andando, yendo en bicicleta, usando un patinete o en metro o autobús eléctrico. Y no unas fiestas de atascos, picos de contaminación y horas perdidas en medio de una autopista.

Pero no podemos olvidar que las navidades que hayan de venir no están predefinidas. Las vamos a crear cada uno de nosotros y nosotras con nuestras decisiones particulares. Podemos decidir cenar langosta de la Patagonia aderezada con sal del Himalaya que deban viajar miles de kilómetros para llegar a nuestra mesa o podemos crear un menú con productos de temporada y cultivados o criados cerca de nuestra ciudad. No disfrutaremos menos por ello y, sin embargo, nuestro planeta nos lo agradecerá. Podemos separar y aplastar todas esas cajas y cajas de regalos que se van a amontonar y ponerlas en el contenedor azul para que se reciclen. Y lo mismo con las botellas de vino que decidamos bebernos, si las reciclamos podrán volver una y otra vez al ciclo. Son miles de pequeñas decisiones que sumadas pueden cambiar nuestro futuro y el de nuestros hijos e hijas.

¿Y qué pasaría si en la carta a los Reyes Magos… o a Papá Noel (para gustos hay colores) les pidiésemos unas placas solares para nuestra casa o un coche eléctrico? Vale, si, tal vez me he pasado un poco con la generosidad de los Reyes Magos… ¿Y un patinete eléctrico, o una bicicleta, o un juego de bombillas led, o una estufa de pellets? En realidad, son infinitas las posibilidades.

Pero no olvidemos que las verdaderas Navidades Sostenibles son las que lo son para todos. No sólo para los que se las pueden permitir. La sostenibilidad también pasa por las personas, por los más desfavorecidos, los que menos tienen. Todos los niños y niñas merecen poder esbozar una sonrisa en Navidad. Todo el mundo merece poder celebrar estas fechas con comida en la mesa y junto a sus seres queridos.

¿Lo intentamos?